Intercambio de prisioneros: un vuelo inesperado
El jueves por la tarde, un avión privado despegó desde el suroeste de Alemania, transportando a un grupo de personas que nunca habrían imaginado encontrarse juntas en un mismo lugar. Entre los pasajeros se encontraban policías, médicos, agentes de inteligencia, un alto asesor del canciller alemán y un convicto asesino ruso.
En la parte trasera de la aeronave, el asesino, Vadim Krasikov, estaba sentado con las manos y los pies atados, luciendo un casco protector en la cabeza. Durante todo el vuelo, se mantuvo en silencio, sin pronunciar ni una sola palabra.
Paralelamente, un avión del gobierno ruso volaba hacia Ankara, la capital de Turquía, llevando a miembros de la agencia de inteligencia rusa FSB y a 16 prisioneros que habían sido liberados por Rusia y Bielorrusia. En un momento, uno de los escoltas del FSB hizo un comentario que, aunque podría haber pretendido ser humorístico, resultó inquietante para los dos disidentes rusos que estaban en el avión: “No se diviertan demasiado ahí fuera, porque Krasikov podría volver por ustedes”.
Este relato sobre las tensas horas que rodearon el intercambio, el mayor entre Moscú y Occidente desde la Guerra Fría, se basa en detalles recientemente revelados por funcionarios gubernamentales occidentales involucrados en el proceso, así como en los testimonios iniciales de los prisioneros políticos rusos que fueron liberados como parte del acuerdo.
El canje no solo liberó a Krasikov, sino también al periodista estadounidense Evan Gershkovich y a otras 22 personas en un complejo acuerdo que involucró a siete países. Este proceso requirió una meticulosa planificación y un cronograma intrincado. El éxito de la transferencia destacó la capacidad de algunas de las agencias de inteligencia más poderosas del mundo para colaborar en una operación de interés mutuo, incluso en un contexto de tensiones crecientes entre Rusia y Occidente debido a la guerra en Ucrania.
