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En los últimos meses, ha surgido un ambiente de tensión en ciertas zonas de España donde los turistas son recibidos con menos felpudos de bienvenida y más hostilidad. Los muros de los edificios se han convertido en lienzos para grafitis anti-turismo, y decenas de miles de personas han expresado su rechazo al turismo masivo.
El descontento de los residentes locales por la falta de vivienda, el hacinamiento y el aumento del costo de vida en Barcelona se hizo evidente el pasado fin de semana de una manera inusual y refrescante.
El sábado, los habitantes de la capital catalana tomaron las calles armados con pistolas de agua, apuntando a los comensales que disfrutaban de una comida al aire libre. Según la policía, alrededor de 2800 personas se unieron a la manifestación, aunque algunos organizadores consideraron que la cifra era mayor. Los manifestantes portaban pancartas con mensajes como “¡Turistas, vuelvan a casa!” y “¡No son bienvenidos aquí!”, mientras empapaban con agua a las familias que cenaban en los restaurantes.
“Mojar a alguien no es violencia”, afirmó Daniel Pardo Rivacoba, uno de los líderes de la protesta, defendiendo la peculiar forma de expresar su rechazo al turismo masivo.