Tara Davis-Woodhall, una talentosa atleta de salto de longitud y apasionada animadora, observaba las gradas del estadio olímpico de Tokio, con capacidad para 68.000 espectadores, y sintió la necesidad de algo más de ambiente. En un intento valiente por infundir un poco de espíritu en unos Juegos Olímpicos de Verano marcados por la pandemia, comenzó a aplaudir de forma teatral. Algunas decenas de personas le devolvieron los aplausos.
“Fue una situación horrible”, comentó Davis-Woodhall el mes pasado, recordando el vacío que rodeaba los Juegos Olímpicos de hace tres veranos. “Fueron mis primeras Olimpiadas y pensé: ‘¡Esto es realmente extraño!’. Estoy contenta de que hayan terminado y emocionada por ir a París para vivir verdaderamente unos Juegos Olímpicos”.
Muchos atletas, como Davis-Woodhall, que han competido en Juegos Olímpicos pero no han experimentado realmente su esencia, han llegado a París este mes en busca de la normalidad: unos Juegos Olímpicos auténticos.
Porque la normalidad, en los Juegos Olímpicos, es sinónimo de grandeza. Es la mezcla característica de sonidos y colores que surge del encuentro de más de 200 equipos nacionales y millones de aficionados. Es presenciar a atletas subiendo a las gradas para celebrar con sus seres queridos o ser consolados por ellos. Son multitudes vitoreando deportes que normalmente no siguen.
Crédito de la imagen: Gabriela Bhaskar para The New York Times